Por Fernando N. Molina
En el debate de la semana pasada, Alberto Fernández se olvidó que existían otros candidatos, y lo único que hizo fue intentar trompear a Mauricio Macri, quien no le aceptó el combate. En esta oportunidad Fernández empezó con la misma línea pero un poco más apaciguado, como que quisiera mantener la dureza pero no la agresividad. Sin embargo, el que cambió fue Macri que esta vez decidió aceptar el desafío, o incluso más, iniciarlo. Por momentos logró poner nervioso a un Fernández que quizá no esperaba el contraataque y por eso se fue sin saludarlo.
Macri trató de atacar siempre antes de que lo ataquen, menos en el tema de la pobreza donde se puso los dos brazos en la cara y trató de no recibir trompadas. Fernández hizo algo parecido con la corrupción donde recibió golpes no sólo de Macri, sino algunos muy contundentes de José Luis Espert. Lo que hizo fue resistir el embate y salvarse solo, diciendo que él cuando tuvo que irse del kirchnerismo se fue, aunque obviamente nunca aclaró que no se fue por la corrupción.
Donde estuvo muy flojo Fernández fue en Seguridad donde no dijo nada de nada, seguramente no porque no supiera, sino porque no podía decirlo por las internas en el PJ.
Frente a la contundencia de la división electoral en dos, los demás fueron casi de palo y parece que se dieron cuenta porque ninguno pretendió ser demasiado más que testimonial. En particular Nicolás del Caño abanderado de las luchas latinoamericanas y de las de los piqueteros, pidiendo alguna banca.
Espert esbozó el modelo liberal a ultranza atacando en particular a los sindicalistas y augurando que Fernández va a multiplicar al infinito el fracaso de Macri.
Gómez Centurión esta vez no habló del aborto como hizo casi exclusivamente en el debate anterior, pero se presentó como el hombre del orden y la autoridad, un militar no corrupto y en democracia, pero bien milico.
Como en el primer debate, quien más desubicado estuvo fue Roberto Lavagna: intentó representar a un ‘argentino medio’ que no estaba ni con un extremo ni con otro, pero al que la profundidad de la grieta le dinamitó el espacio. Habló para un país que hoy no existe. Propuso grandes pactos que hoy nadie está interesado en realizar.
Fue un debate entre dos grandes relatos: el de Alberto y el del macrismo. Fue así porque Macri defendió todo su gobierno, mientras que Alberto se defendió a sí mismo. Para Macri el combate fue entre “Nosotros y Ellos”. En cambio, para Fernández el combate fue entre “Yo y él”, o sea entre Alberto y Mauricio. Por todos los medios Macri intentó relacionar a Fernández con el kirchnerismo, particularmente con su corrupción, pero éste se escabulló una y otra vez.
Macri cree que se hizo el esfuerzo para crear un nuevo país, que desde ahora no habrá que sufrir tanto y su relato tuvo un argumento: ese nuevo país se ve en las movilizaciones del “Sí, se puede”.
Fernández, en cambio, sabedor de que lo único que tiene que hacer es no decir nada que ofenda a ningún sector interno del PJ para conservar los votos que Cristina y los gobernadores le prestaron, sólo habló de sí mismo. Su relato es audaz, habrá que ver si una vez en el poder se lo permiten: Él dice ser el hombre que “junto a Néstor y Cristina” (él sería el sustantivo, el sujeto y los otros dos, el adjetivo, el predicado) empezaron un proceso positivo que decayó cuando él renunció, pero ahora, con su regreso al seno materno, se podrá concluir felizmente una vez eliminado el demonio del macrismo y con una Cristina que comprendió sus errores cuando se albertofernandizó.
Bastante poco para mí gusto. El otro día escuché a un analista político al cual respeto y dijo una frase que creo sintetiza todo: “es una suerte de partido de truco disputado por dos tipos que, entre sus tres cartas, sólo tienen dos cuatros”.