Las razones económicas del fracaso del oficialismo nacional en las PASO están por demás claras, ya que aunque no se sepa con certeza el grado de responsabilidad que puede haber tenido el macrismo o el cristinismo previo en la crisis de 2018, lo cierto es que el electorado se la endilgó enteramente al que está gobernando en este momento. Y ese es un dato duro de la realidad.

Sin embargo, lo que no están tan claras son las razones políticas de la derrota ya que la interpretación mayoritaria es la de un Cambiemos donde cada sector decía lo suyo y debido a ese enfrentamiento (sobre todo entre radicales y macristas) se perdió todo criterio de unidad. No obstante, a la luz de los resultados, lo peor no parece haber sido que los radicales y los macristas se pelearan públicamente, sino que no se pelearan más y desde antes, ya que sólo un debate durísimo sobre la inmensa fragilidad política del gobierno (que sólo la crisis económica disimulaba) podría haber  atemperado en parte los colosales daños que las PASO les produjeron a Cambiemos.

En otras palabras, la gran falencia política de Cambiemos se debió a que la conducción la tuvo el grupo de gente con menos experiencia política (salvo la de Capital Federal) que además estaba persuadida de que expresaban la nueva política mientras que el resto de los partidos, incluidos la UCR, expresaban la vieja.

Casi todo aquel que hablaba en los términos tradicionales de la política era considerado rosquero y apartado del círculo del poder. Cuando los tradicionales son los únicos términos que existen, porque todavía no se inventaron otros.

Hasta que desde el marketing y la autoayuda se creyó en la Argentina que se había ideado algo nuevo. Algo que tuvo su apogeo cuando al ganar las presidenciales de 2015, los consejeros de Macri le dijeron que el triunfo había ocurrido porque no se aliaron con el peronismo no K; que si se hubieran aliado hubieran perdido.

Ya en ese entonces, el radicalismo no pensaba igual. Su entonces presidente partidario, Ernesto Sanz, sostuvo siempre ampliar la alianza lo más posible, pero Durán Barba le decía que mientras menos amplia fuera más se ganaría. Y como se ganó, por varios años esa fue la doctrina de Estado. No obstante, Sanz y los radicales siguieron pensando que se ganó porque Cristina tuvo la torpeza de poner en la provincia de Buenos Aires al candidato más impresentable que haya existido jamás.

Luego, Alfredo Cornejo le endilgó a Macri y su círculo otro error: el de no criticar fuertemente la dura herencia recibida porque era mejor hablar del futuro que del pasado.

Tanto la crítica de Cornejo como la de Sánz jamás dejaron de pensarlas las conducciones radicales, pero el triunfo legislativo de 2017 arrasó con toda duda. Se iba por el camino correcto y la política nueva estaba enterrando a la vieja, según imponía el relato oficial.

Luego sobrevino la crisis económica cuya furia barrió con muchas expectativas.

Sin embargo, aún así se apostó a conjurarla sólo económicamente, convencidos de que si ella amainaba, no habría obstáculos significativos para la reelección. Sólo respuestas económicas a problemas supuestamente económicos.

Fue en marzo de este año cuando el radicalismo se comenzó a preparar para lo que pretendía fuera su gran rebeldía contra la política macrista. Dialogaron secretamente sus principales espadas, y salvo el grupo de Alfonsín y Storani que tenía diferencias ideológicas con el macrismo, todos los demás se pusieron de acuerdo en impulsar una estrategia. “El rechazo a Cristina y Macri es hoy mayoritario, más del 60% de la población no quiere a ninguno de los dos. Y difícilmente los querrá. ¿Qué pasa si Macri ya no tiene posibilidades de regeneración de confianza y su boleto se ha picado? Si fuera así, en vez de entregar el país por enésima vez al peronismo se debería pensar en ‘salvemos a Cambiemos y no a Macri’, reemplazándolo como candidato a presidente”. Se preguntaban en aquellos momentos los radicales.

  Es posible que ni aún si el gobierno le hubiera hecho caso al planteo radical se podría haber ganado, por el inmenso peso del bolsillo. Sin embargo, nunca está bien subestimar la política, porque la principal causante del retraso de los países suele ser la mala política, pero, al revés, la buena política es la única que puede conducir a los pueblos al desarrollo. Además, sólo hay buena economía cuando hay buena política. Buena política, que no tiene nada que ver con esa tontería que divide a la política entre la vieja y la nueva.