El conductor del Bailando disparó mensajes en redes sociales contra el principal fitosanitario que se utiliza en las labores agrícolas. Aquí, una respuesta.
Por Héctor Huergo
Tengo ganas de salirle al cruce a Marcelo Tinelli, que cayó en la tentación del bien y se despachó contra el glifosato con un bolazo dañino, pero eficaz. “Está prohibido en 74 países”, escribió con fluidez e ignorancia. Un pasaporte políticamente correcto y necesario para la carrera política.
Glifosato, estás viejo y ya no sos lo que eras. Hasta tu viejo (Monsanto) te abandonó. Te adoptó Bayer, que es bueno, pero te siguen pegando. Nadie te defiende. Voy a reivindicarte.
En 1975, yo hacía mis pininos en la Agronomía. Había dejado Clarín Rural, después de tres años de fantástico aprendizaje, cada vez más atrapado por la pasión de la tecnología. Con unos ahorros pagamos (a medias con un socio, también periodista), el anticipo de una Campagnaro, un “mosquito” que fabricaban en Pavón Arriba, entre Rosario y Pergamino. Era bastante estrafalario, con tanque de apenas 650 litros, un barral de 18 metros y un motor F100 usado. Todo hecho con elementos de desarmadero: desde el diferencial, la dirección y hasta los frenos. Y, por supuesto, sin cabina.
Aplicaba herbicidas en praderas, trigo y maíz. Para soja, que había muy poca, casi no tenía trabajo. Todo el mundo la sembraba con Treflán (trifluralina), un herbicida de presiembra incorporado. En general se aplicaba con un equipo con boquillas montadas sobre la rastra de discos, con un par de tanques como mochila al costado del tractor y una bomba en la toma de fuerza. Los cultivos arrancaban muy limpios, salvo en campos infestados de sorgo de Alepo. La trifluralina no inhibía el brote de los rizomas. Tampoco los del gramón.
Ambos, gramón y Alepo, eran malezas “de combate obligatorio”. Que por supuesto nadie combatía. Los lotes infestados solo permitían hacer trigo y despues se los dejaba en barbecho desnudo todo el verano, con disqueadas continuas “para sacar los rizomas y que el sol los queme”. Al año siguiente se podría hacer maíz, sorgo granífero o soja. Pero si brotaba el Alepo, no había con qué darle, porque ningún herbicida era selectivo para soja.
En aquellos días de fines de los 70, un amigo que trabajaba en Atanor me trajo un litro de un producto nuevo. No tenía nombre comercial. “Mata todo”, me dijo. “Lo creó Monsanto pero nosotros vamos a hacer el desarrollo”.
-Si mata todo no me sirve- le respondí.
-“No, sirve para limpiar lo que nace en los alambrados”, insistió. Y me contó que la esperanza era sustituir el barbecho mecánico, tremendamente erosivo por dejar los suelos sometidos al sol del verano, por el “barbecho químico”.
Me reí. Ese producto, que no era otro que el glifosato, costaba 40 dólares el litro y había que aplicar 3 litros por hectárea. Imposible.
Pero un tiempo después la creadora del producto, Monsanto, decidió lanzarlo al mercado bajo la marca Roundup. Alguien había inventado un sistema de aplicación muy ingenioso: el principio de “selectividad de posición”. El sorgo de Alepo tenía una maña: superar rápidamente la altura de la soja. Entonces, era cuestión de esperar que asomara para pasarle una soga embebida en glifo. El herbicida humedecía la hoja y se traslocaba rápidamente hasta los rizomas, eliminando la planta.
Se llenó de equipos de soga, el asunto funcionaba perfecto. Pero era recién el primer paso. En 1996, apareció la soja RR, Roundup Ready, tolerante al glifosato. Era soñada: se podía aplicar sobre el cultivo, liquidaba todos los yuyos y la soja ni se enteraba. Fue la llave maestra de la gran expansión sojera. En 1995 producíamos 15 millones de toneladas. Este año rozamos las 60. Cuatro veces más.
Ya lo sabemos: mientras crecía la producción, se expandía con el mismo ritmo la capacidad de procesamiento. Ayer se conoció el ingreso de divisas del mes de setiembre: 2 mil millones de dólares. La Argentina es viable. Y lidera el mercado mundial de los productos agrícolas de mayor desarrollo en el siglo XXI: la harina y el aceite de soja.
Esto es lo que le debemos a la biotecnología y al glifosato. Pero los contrarios también juegan. Los contrarios vienen de todos lados. Primero, de los yuyos, que se van haciendo resistentes, limando el poder letal que supo tener el herbicida. Y segundo, la reacción de los “ambientalistas”. Le han atribuido al glifosato todos los males del universo. El embate hizo foco en instalar la presunción del carácter carcinogénico de la molécula más estudiada en la historia de la humanidad.
Sinceramente, ¿usted cree que si fuera realmente cancerígeno, la Unión Europea no lo hubiera prohibido al instante? Tras un informe luego desechado, en 2015, Bruselas le renovó el registro en noviembre de 2017. Hay un solo país europeo que lo prohibió: Austria, un país de importancia marginal en agricultura. Cuenta con menos de un millón de hectáreas bajo cultivo, para las cuales emplea…350.000 tractores. Diez veces más que en Argentina para 50 veces menos de superficie bajo cultivo. Austria desmontó sus tierras agrícolas hace siglos y desde entonces ha consumido toda la materia orgánica de sus suelos, apelando a toda clase de implementos de tortura de los suelos: arados, rastras de discos, cultivadores de campo. Siguen en la edad de hierro.
Otros países que lo prohibieron son los árabes, que no hacen agricultura. En Africa, sólo Namibia. En Asia, Vietnam (Sri Lanka lo había trabado pero luego dio marcha atrás). En América, solo lo prohibieron en Barbados e Islas Vírgenes, que viven del turismo y no de la agricultura.
Mientras tanto, en la Argentina desarrollamos la agricultura más amigable con el medio ambiente de todo el mundo. Y también la más eficiente en cuanto a uso del agua. Gracias a la siembra directa, porque aquí ya no se ara. Con mucha menor huella de carbono: menos combustible quemado, y más carbono fijado en los suelos.
Mientras tanto, seguimos esperando que alguien serio, en cualquier lugar del mundo, demuestre que realmente el glifosato es peligroso para la salud humana. Más allá de las apelaciones emocionales, lo que necesitamos es confiar en la ciencia. Pasaron 50 años, la investigación continuó, y se va a dejar de usar por su falta de efectividad antes que se le encuentre algún vicio. Todo tiene un ciclo de vida, y es probable que ya estemos asistiendo a su final. Mientras tanto, vivamos tranquilos. Y que Tinelli se dedique al Bailando.