Nota editorial del Director de SEMANARIO DIGITAL, Fernando Molina, quien en su análisis manifiesta que la grieta en nuestro país no es ideológica, sino que se da por regiones. Una puja entre lo moderno y lo atrasado. Donde se observa a una clase media que ya no se reconoce en un país que, en algún momento, fue hecho a su imagen y semejanza.
Hace algunos años, allá por los 90, los sociólogos solían decir que la globalización se dividía en dos bandos claramente establecidos: el de los globalizadores y el de los globalizados, vale decir, los que gozaban y los que sufrían la nueva internacionalización de las finanzas.
En aquel momento se referían a los países, por lo que acusaban a los más desarrollados de no ser capaces de transferir los beneficios de la nueva modernidad a los menos desarrollados. Pero con el tiempo se vio que, si bien la apreciación era bien cierta, su interpretación era más amplia de como la percibían. En efecto, los globalizadores y los globalizados no son sólo países, sino que también dentro de las naciones más desarrolladas se verifica esa división y cada vez con mayor intensidad.
La aparición de personajes estrafalarios como Trump, Bolsonaro y en general la derecha racista europea, tiene que ver con ese proceso. Con países donde el desarrollo, pese a seguir existiendo, se ha hecho cada vez más desigual. Y donde las masas que reaccionan, más que querer avanzar para superar las limitaciones actuales mediante la ampliación de los beneficios, lo que proponen para ello es retroceder, intentar volver a los tiempos donde estaban mejor. Entonces la real grieta entre globalizadores y globalizados se convierte en una falsa grieta, pero de efectos reales. Entre presente y pasado. Una utopía regresiva cuya imposibilidad de concretarse es absoluta, pero que moviliza a las masas en todo el mundo. Esa es la actitud actual de las grandes mayorías con las que crecen los nuevos demagogos prometiendo el imposible retorno.
Primero se rebelaron las clases más bajas, las masas populares, separándose de las elites al no sentirse interpretadas o contenidas por ellas.
Luego, con la llegada del neoliberalismo fueron las elites las que se rebelaron, construyendo un mundo sólo para ellas mismas donde las grandes mayorías sociales no tendrían cabida. Una enorme elite compuesta por millones de personas globalizadas, ciudadanas del mundo, que, aunque inconscientemente, imaginaban poder hacer un mundo a su imagen y semejanza pero donde el resto de los habitantes del planeta eran dejados de lado. Progresismo para ricos.
Esta nueva etapa bien podría llamarse la de la “rebelión de las clases medias”, aquellas surgidas al calor de la modernidad que hoy están tan globalizadas culturalmente como todos, pero al no recibir sus beneficios económicos y sociales odian la globalización.
En América Latina, salvo en Uruguay y Argentina, esas clases medias se ampliaron de modo masivo con el extraordinario aumento internacional de las materias primas demandadas principalmente por China que también está desarrollando su multitudinaria clase media. Hoy ya estamos viviendo los primeros resultados de la rebelión de la clase media, que a diferencia de lo que se supuso, no tiene nada de ideológica, ya que la reacción es tanto con las elites de derecha (Chile, Colombia, Ecuador) como con las de izquierda (Venezuela, Bolivia). Porque todas las elites de cualquier signo produjeron la desigualdad, el autoritarismo y la corrupción que impidieron construir sociedades estructuralmente sólidas como para contener a las nuevas clases sociales.
La Argentina se asemeja y se diferencia de lo que ocurre en el continente con sus clases medias, a las que cada vez les cuesta más reconocer y reconocerse en el país que alguna vez edificaron a su imagen y semejanza, entre otras cosas con educación y salud accesibles para todos, dos de los principales reclamos que hoy exigen nuestros vecinos.
En la Argentina la grieta profunda que divide universalmente a la humanidad también aparece a su modo. Y no nos referimos a la ideológica.
En Estados Unidos las zonas costeras son las globalizadoras, mientras que el interior del país es el aislacionista y globalizado y así se distribuye el voto en contra y a favor de Trump.
En la Argentina esa división se observa entre la zona del medio del país, más moderna versus el norte, el sur y el conurbano bonaerense, más atrasados.
Dos países bien diferentes que cualquier proyecto nacional en serio debería ocuparse de transformar en uno solo.