Nota Editorial de Fernando Molina, Director de SEMANARIO DIGITAL, quien se refiere a los acontecimientos en la región y a los Golpes de Estado de nuevo tipo.

FER MOLINA

 

Un verdadero terremoto sociocultural hace temblar las estructuras políticas de América Latina. Tremendos temblores ante los cuales fallaron todos los instrumentos sismográficos de detección, lo cual obliga a pensar en otros nuevos para entender lo que pasa.

No obstante, ante movidas sociales de esta magnitud, los políticos y los intelectuales en principio tratan de ver de qué modo las nuevas realidades fortalecen sus viejas creencias en vez de desecharlas o renovarlas. O sea, responden al futuro con el pasado, negándose a ver qué tienen en común los estallidos populares, calificándolos de buenos o malos según sus ideologías.

Son los que creen, por ejemplo, que está bien lo que le hicieron a Evo Morales porque el pueblo se enojó de sus constantes violaciones a la Constitución y su creciente autoritarismo…. pero a la vez creen que está muy mal lo de Chile porque se trata de una conspiración de la izquierda que introdujo la violencia en ese país, suponiendo que unos pocos fanáticos pueden conducir a millones de movilizados como si se tratara de marionetas.

Del otro lado, con igual lógica perversa pero de ideología opuesta, se pide, a la vez, que se restituya a Evo en Bolivia y que se eche a Piñera en Chile, ambos pedidos en nombre de un supuesto pueblo al que esos iluminados dicen representar.

Así, el que cree que lo de Evo es un golpe pero niega enfáticamente que lo que ocurre en Venezuela sea una dictadura, cae inevitablemente en la hipocresía.

Técnicamente, desde la teoría política, es razonable opinar que hubo un golpe (de nuevo tipo) en Bolivia pero la falsedad consiste en echar la culpa de lo ocurrido sólo a los enemigos de Evo, cuando él mismo contribuyó con sus vejaciones al orden constitucional por él mismo creado, primero a través de no respetar la Constitución y luego lisa y llanamente a través del fraude.

Algunos especialistas sostienen que las actuales democracias no son alteradas desde afuera del sistema (por imperios o por militares) con golpes externos sino que se pudren desde adentro por sus propias fallas, que generan golpes internos.

Podría decirse, entonces, que toda la élite boliviana, de un modo u otro, ha fallado en defender la Constitución y cada parte la ha  herido un poco. Excepto el pueblo boliviano que, como el chileno, salió a las calles para reclamar por sus derechos. Los bolivianos de abajo son las víctimas, no Evo, como pretende instalar una ideología que en vez de tratar de entender los nuevos golpes de Estado, los incluye en viejos relatos donde hay una oligarquía criminal versus  un “padrecito” bueno que en todo caso cometió algún error, algún que otro fraude para defender al pueblo de sus enemigos. Tonterías.

De lo que se trata es de entender la nueva realidad con nuevos conceptos: de leer lo nuevo que arrastran consigo los pueblos sublevados en vez de ver qué parte de la élite tiene razón por sobre la otra. Porque ninguna la tiene, por complicidad o por incomprensión.

Es cierto que estas grandes rebeliones empiezan siempre por causas económicas, pero en cada país tienen efectos institucionalmente diferentes.

Así, en Chile, el combate es contra la desigualdad, pero en Bolivia es contra el autoritarismo. Cada nuevo ajuste de cuentas de los representados por sobre los representantes que no los representan, que vaya ocurriendo en cada país, partirá del mismo origen económico pero luego exigirá reivindicaciones institucionales diferentes.

Porque la gente no es tonta y sabe mejor que nadie -puesto que lo sufre en carne propia- dónde le aprieta el zapato. No es que el pueblo tenga la solución pero sí indica con sus movimientos que algo no va más, y que ese algo es una cuestión de fondo.

La clase media, con sus aspiraciones universales, quiere hacer países que se le parezcan. Las élites se resisten o no lo comprenden, incluso cuando ellas provengan también desde abajo, porque son tentadas apenas suben, por las formas corruptas y oligárquicas del poder. Dejan entonces de representar a los que los eligieron, para  representarse a sí mismas esperando que, mientras ellas se enriquecen como nunca, los de abajo o los del medio, se conformen con los derrames del crecimiento o con las migas del asistencialismo.

La Argentina tampoco es ajena a ese tema. Nuestros vecinos son países “con” clase media pero aún no son países “de” clase media institucionalmente hablando. La Argentina, en cambio, es un país “de” clase media que hace más de treinta años está  destrozando las condiciones para seguir desarrollando su clase media.

Y es a este diagnóstico al que hay que prestar atención para ver qué puede ocurrir con nuestro pueblo, tan enojado como todos los demás.